Mueran todos
De tanto llorar, la tristeza se convirtió en molestia, ira, indignación. Agnes Torres nunca verá aprobada la ley de identidad de género que elaboraba porque la torturaron y degollaron a inicios de marzo en México. Daniel Zamudio no volverá a bailar al son de Britney porque después de 25 días de agonía murió con las tres esvásticas que le grabaron en el cuerpo los neonazis chilenos. Lloramos por Agnes y Daniel, salimos a las calles y exigimos justicia pero nos siguen matando… Y nadie dice nada.
Ningún partido político representado en el Congreso ha repudiado sus muertes, y ni qué decir de los asesinatos por odio homofóbico que cada semana registramos en Perú.
Yefri Peña fue atacada por todos en 2007: cinco sujetos le desfiguraron el rostro y todo lo que pudieron con un pico de botella, los policías le negaron auxilio por ser travesti y los médicos se negaron a atenderla por considerarla un foco infeccioso. Con 180 puntos en todo el cuerpo, se salvó por milagro o terquedad, pero sospecho que debió morir.
Neonazis pintaron en 2011 esvásticas y su amenaza de “muerte a los gais” en la casa del ex presidente del MHOL Jorge Chávez. También les enviaron una carta “a los degenerados de nuestra era” donde prometían dar fin a los “parásitos rastreros” porque “la guerra está declarada y las armas levantadas”. La amenaza pasó al olvido, aunque también sospecho que Jorge debió morir.
Sí, quizás Yefri y Jorge debieron morir y convertirse en nuestros mártires para que la indignación nos despierte, llene y mueva… Porque si los islámicos lapidan gais es un horror, pero si los serenos persiguen travestis acá están limpiando la ciudad. Porque es una barbaridad que Ratzinger no se pronuncie por los asesinatos católicos contra homosexuales a lo largo de la historia, pero que un periodistucho amenace con patearnos es libertad de expresión. Porque si llevamos nuestras banderas a las calles chilenas para despedir a Daniel es conmovedor, pero si salimos a las calles de Lima a exigir lo mismo, ¡ay, fo!, es un carnaval de travestis malaspectosas.
Quien sí murió fue Augusto Mashacuri. Nadie lo desfiguró ni degolló, pero todos lo matamos. Augusto se suicidó días antes de la última navidad, a los 22 años, porque su familia no toleraba que él fuera gay. Se suicidó porque su vida era inhabitable, porque los suyos sentían asco de él y seguramente lo hubieran lapidado de haber podido. Aunque de algún modo lo hicieron. Todos lo hicimos. Todos los matamos.
Seguimos acumulando muertos mientras la ley de crímenes de odio sigue en el olvido, esperando ser agendada por el congresista Beingolea para su debate en comisión y luego en el pleno. ¿Qué espera, que mueran todos?
Giovanny Romero Infante, presidente del Movimiento Homosexual de Lima
(Publicado en La República el 3 de abril de 2012)