Recuperemos la plaza y el orgullo
A propósito de la homofobia municipal y el conservadurismo activista
A mí no me vengan con eso de que no tenga miedo, de que las que damos la cara somos valientes sin miedo, de que las locas todas hoy en día ya no tenemos por qué tener miedo. Yo sí tengo miedo. Siempre. Mucho. Porque probablemente el miedo sea lo primero que las niñas loquitas aprendemos cuando empezamos a ser conscientes de que somos loquitas. Miedo a que los demás se den cuenta de qué somos, de quiénes somos. Y con el miedo viene el aprender a protegernos, a escondernos, a fingir que no somos lo que somos única y exclusivamente para seguir vivas. El miedo nos da, en suma, las primeras herramientas para sobrevivir.
Yo lo aprendí como a los 8 años, cuando en una de esas poquísimas veces que vi al sujeto aquel que mis documentos consignan como padre, se dedicó a bombardear insultos contra alguna loca que aparecía en la TV y, yo no sabía por qué, pero tenía la certeza de que esos insultos eran también contra mí, y no dije nada. Y luego, a los 15, cuando me besaba con un tipo en una cafetería y a los pocos minutos terminamos rodeados de los gorilas de seguridad, protectores de la moral pública, de los niños y no sé qué más, quienes nos expulsaron, que se rieron cuando respondimos que nos estaban discriminando y que los íbamos a demandar. Y claro que tenían razón para reírse: hoy, 12 años después, el caso está en la CIDH. Y yo no tenía con quién hablar esa noche. Ni las que siguieron. En especial cuando en el colegio se dieron cuenta de que uno de los denunciantes era yo e intentaron expulsarme. Y tampoco tenía con quién hablar.
Ha de ser por eso que un año después, aún en el colegio, decidí que iba a mi primera Marcha del Orgullo. No recuerdo ya qué excusa di en casa, alguna mentira tonta ha de haber sido. Lo que sí recuerdo muy bien es el miedo a ser descubierto, a cruzarme con alguien del colegio, a ser enfocado por las cámaras. Era tanto el miedo que las piernas me temblaban y, no sé de dónde ni cómo, saqué una máscara que sentí como escudo. Y me sumergí entre las gentes. Y entre sus banderas y arengas, no sé si la máscara se cayó, me la quité o qué, pero ya no la tenía. Y arengué. Y tomé un extremo de una bandera gigante. Y por primera vez tuve la certeza de ser parte de algo muchísimo más grande que yo, muchísimo más grande que todos aquellos que allí estábamos, muchísimo más grande que lo que en algún momento había soñado.
Fue esa Marcha del Orgullo de julio de 2005 la que me volvió activista. No éramos más de 3 mil personas. Sin un solo carro discotequero, sin música, sin escenario, sin espectáculo de cierre, sin nada... Pero a la vez con tanto. Con tanta energía, con tanta pasión, con tanta esperanza por un mundo diferente que, a pesar de todo el miedo, esta adolescenta de 16 años se quitó la máscara con la tranquilidad que da el, por primera vez, no sentirse solo, no tener que esconderse. Y nunca más me volví a esconder.
No pasaron muchos meses hasta que me hiciera militante, doblemente militante. Del Partido Socialista primero, del Movimiento Homosexual de Lima después. En el primero aprendí la importancia de tomar las calles para darle voz a todos los que no queremos escuchar. En el segundo, la necesidad de hacerlo tal y como somos, en lugar de como los otros quisieran que lo hagamos, que seamos.
Ha de ser por eso que hoy no sé si hoy siento más rabia o vergüenza al enterarme que, ante la negativa municipal de usar la Plaza San Martín para el cierre de la Marcha de este año, el colectivo organizador (del que tantas veces fui parte) ha decidido que OK, que no hay problema, darling, que nos vamos a hacer el cierre a otra parte, que nos vamos voluntariamente del mismísimo centro de la ciudad, que no importa que históricamente en esa plaza hayamos ligado, nos hayan reprimido, la hayamos llenado en otras marchas, que hoy es más importante tener permiso para montar el reeegio estrado para el fabuloso show, porque obviamente Gay Parade que se respete tiene show. Y les respondo que no, carajo, que disfruten de su show sin orgullo pero que, por mí, se lo encajen donde mejor les quepa, que por dignidad cuando lleguemos a la Plaza San Martín debemos quedarnos allí y tomarla, que no necesitamos estrado ni show ni nada para recuperar el por qué de la marcha, que es denunciar la homofobia que día a día nos mata, que nos mata de tantas formas como prohibirnos usar la ciudad, como borrarnos de su centro y llevarnos cada vez más a la periferia. Y dicen que una es revoltosa, que divide, que hoy hay que unir. Y la verdad es que a mí me importa tres pepinos unirme con las locas cómplices de la homofobia. Como el actual presidente del MHOL que dice que irnos al Campo de Marte es un "acuerdo". Y miente, porque los acuerdos implican negociación, y acá no ha habido negociación alguna sino imposición de la homofobia municipal. Y aceptación pasiva de algunas activistas. Así como la Villarán quería que Besos contra la homofobia se vaya de la Plaza de Armas a la Plaza San Martín y resistimos año a año, hoy Castañeda pretende que nos vayamos de la Plaza San Martín al Campo de Marte. Y en lugar de resistir, quieren que atraquemos. En otras palabras, que nos escondamos. Que aceptemos escondernos en plena celebración del orgullo. ¿Es que nadie se da cuenta? Conmemoramos una rebelión en la que queens, trans, machonas, afeminados, negras, latinas, migrantes, sin hogar y demás marginales se enfrentaron a la policía. Pero hoy llamamos al orden, al "acuerdo" con la autoridad municipal.
Y no, no me llena de ira (y de vergüenza) por solamente mi orgullo maricón. Sino porque esto es tan pero tan peligroso que hoy se nos saca del centro de la ciudad a las maricas, pero si nos dejamos tan fácilmente mañana serán las feministas de #DéjalaDecidir, los estudiantes de #TomaLaCalle, los ciudadanos de #FujimoriNuncaMás. Todos, absolutamente todos los que no tenemos voz para los poderosos y tenemos que poner el cuerpo en la calle para levantarla. Por eso hoy las maricas, machonas, tracas y quienes solidariamente nos acompañen debemos poner el cuerpo en la Plaza San Martín, tomarla, dejarle claro al alcalde homofóbico y a las activistas que claman su aprobación que nos importan tres pepinos sus prejuicios, su conservadurismo, que los derechos (a ser quien se es y a habitar la ciudad) no se negocian sino que se arrancan, que se arrancan como lo hicieron las del Stonewall cuando arrancaron un parquímetro y lo aventaron contra un carro policial sin andarse con tanta cojudez de permicito municipal.
Lima, 2 de julio de 2016
ACTUALIZACIÓN: Y tomamos la Plaza San Martín cuando llegamos: fuimos pocos, sí, pero muchos más de lo que imaginé, nos quedamos buen rato mientras otros seguían su recorrido "acordado" con la homofobia municipal, y fue tan hermoso, tan esperanzador, que seguramente lo volveremos a hacer tantas veces sea necesario para defender nuestro orgullo y nuestro derecho a habitar la ciudad.